-
«Los Caracoles»
Un nombre que se repite entre todo buen habitante de Rivadavia es «Los Caracoles», pero ¿qué son? Es un pasaje que conecta la parte media del pueblo con su parte más alta. Le llaman «Caracoles» por su forma zigzageante. Mientras se camina por su sendero, pueden verse antiguas casas y una frondosa vegetación. La vista que ofrece la entrada a los «Caracoles» es espectacular, mostrando todo el escenario de montañas del lado norte de Rivadavia. En su recorrido también podemos observar un par de casas ocupadas como negocios en años pasados. Y la antigua tenencia de carabineros. Otras fotografías:
-
La actual capilla del pueblo
Se encuentra un poco antes de llegar a la plaza. Antiguamente la iglesia estaba al otro lado del río y a un costado de la «Casa Rosada». De esa construcción, hoy solo quedan pocos restos del altar apilados en un rincón. Está bajo la advocación de San Antonio de Padua, cuya fiesta religiosa se celebra el segundo domingo de junio. La antigua iglesia Una sorpresa para la comunidad de Rivadavia son las fotos descubiertas por un docente de la Escuela Ríos de Elqui en el Archivo Fotográfico de la Dirección de Arquitectura, Ministerio de Obras Públicas, en agosto de 2019.
-
La pasión de Rivadavia: Cancha del Club de Fútbol «Huracán»
Rivadavia goza del fútbol y en su cancha se enfrenta a los numerosos equipos del valle. Los fines de semana la pasión se desborda y el pueblo se aglomera para alentar los colores de «Huracán» de Rivadavia. Un detalle curioso con los durmientes del antiguo ferrocarril con los que el cerco está construido.
-
Un misterioso «callejón»
En Rivadavia existen una serie de pasajes que conectan un lugar y otro. Solo son conocidos por sus habitantes y para el visitante foráneo resultan ser conexiones curiosas y que, a la vez, facilitan una caminata para conocer los rincones. El «Callejón» se encuentra a un costado de la plaza y conecta con varias casas que no tienen mas acceso que este pasillo. ¡Visita nuestra localidad y podrás descubrirlos!
-
La Animita de Marchant
El investigador local Juan Carlos Robles nos cuenta que, acaecida la muerte de Alamiro Marchant, «…un alma piadosa levantó una cruz de palos de chañar en el lugar del crimen y grabó con cincel en las piedras de una añosa pirca la (…) inscripción que aún perdura hasta estos días “A Marchant 1930”. Pasó el tiempo y los lugareños y viajeros que pasaban por el lugar dejaban ofrendas florales en la «Animita de Marchant» como la empezaron a nombrar. Un día una mujer desesperada por la enfermedad incurable de su hijo, le hizo una manda a la animita y al cabo de unos días el niño se recuperó milagrosamente, el…